Fundación Expedición Eólica

jueves, 8 de marzo de 2012

UN VUELO EN EL JARILLO

 
Fue en 1890, cuando los hermanos Gregorio y Emilio Breidembach decidieron, después  de comprar un lote de tierras a Altagracia de Tovar, radicarse definitivamente en lo que se conoce hoy como El Jarillo, una zona montañosa que va desde los 1200 a los más de 1800 msnm. Hoy es una zona turística conocida por sus sembradíos de duraznos, fresas y sobre todo porque, a pesar de sus condiciones climáticas, casi siempre adversas, se practica allí el vuelo en parapente. Basta con acercarse para  tener un referente visual con telas de muchos colores volando en el cielo. 

En Carnavales, y para evitar las largas colas y los extenuantes maratones que son inevitables con cualquier plan de 4 días en este país, René y yo decidimos irnos dos días a este pueblo. Arrancamos el domingo después de desayunar. Tomamos la panamericana vía Los Teques, nos desviamos en San Pedro y subimos vía Pozo de Rosas. Nos echamos poco más de horas gracias a la cantidad de carros que iban en la misma dirección. Ya llegados al lugar bajamos TODO el perolero que incluye desde equipos de vuelo, juguetes fotográficos, hasta nuestras cobijas, edredones y almohadas. Nos instalamos en la posada Refugio del Águila, que comenzó como restaurant y ahora ofrece 5 habitaciones sencillas y amplias, donde lo mejor que tienen es la vista sobre el amplio valle que se pierde de vista hacia el infinito.
Ya instalados agarramos las sillitas y nos sentamos a ver los parapentes surcar el cielo. Lo primero que llamò mi atención es que no había ni un solo parapente monoplaza, ese que se usa para volar solito. Sólo hay parapentes tandem o los que se usan para volar con dos personas. Intuyo que es por la época y es momento de hacer negocio y poner a volar a ese gentío que en una especie de cola se acercan desesperados a preguntar cómo se hace para volar y cuánto cuesta eso... 
El día estaba medio nublado y decidí no hacer fotos sino un videito. Esperamos mejores condiciones y René y yo salimos a volar. Habían condiciones térmicas o movidas pero nada que daba buena luz para hacer foto decente. Estuvimos como una hora en el aire y aterrizamos un poco más abajo del lugar habitual porque había un tumulto de gente en el lugar de aterrizaje. Me pareció sorprendente el nivel de inseguridad que existe allí. Hay que gritar desde el aire a las 50 ó 60 personas que están observando que se echen a un lado para poder aterrizar.  Ví a más de un piloto casi llevarse a la gente por delante. 
 Al aterrizar sufrí lo que se conoce como mal de tierra. Esa sensación de mareo que pega cuando estás de nuevo en el suelo. Me senté un rato a esperar que pasara mientras hacía unas fotos a las niñitas de Ángel Alemán, el compadre-amigo de René que había llegado con la prole. Ya con hambre, decidimos irnos todos a comer a la Colonia para variar un poco. Al llegar, tuvimos que meternos por todos los caminos verdes porque la cola era anormal. Mala idea ir en esa temporada. Pasamos casi una hora dando vueltas para entrarle al restaurante del hotel Bergland. Yo opté por comer una ensalda mientras el resto se fue por la  oferta alemana. Estuvo bien, pero standard. Ya de salida nos comentó el parquero que en dos ocasiones durante el día tuvieron que cerrar el paso en el Arco de la entrada al pueblo porque todo estaba colapsado. Yo sólo sentía claustrofobia de pensar en quedarme atrapada ahí. Huimos como pudimos. René y yo nos quedamos en El Jarillo mientras que el resto siguió su camino a casa. Ya entrada la noche, René tuvo un episodio de indigestión que no pudo ser resuelto fácilmente. No teníamos un solo vaso por lo que tuvimos que improvisar pedacitos de AlkaSeltzer con chorritos de agua  de la única botellita que había, además, el frío extremo hacía estragos, muy a pesar de las cobijas y edredones traidos de casita. 
Apenas se metió el primer rayo de luz en la habitación salté de la cama para asomarme por la ventana y deleitarme con el paisaje sin siquiera salir de allí. La mañana estaba helada, casi tanto como la noche.Ya con medias para el frío y dos pijamas, par de sueter y bufanda salí a hacer algunas fotos sobre el Valle. René no tardó mucho en salir también. Todo estaba perfectamente despejado. Hicimos fotos mientras El Jarillo despertaba poquito a poco.
 Desayunamos en el restaurant Refugio del Águila con pancito y varios tipos de fiambre y charcutería alemana,  huevos revueltos y los respectivos café y nestea. Ya comenzaba a calentar el día y René optó por echar un vuelito en el parapente monoplaza. No había casi sustentación, era muy poco lo que se podía hacer, así que decidió subir los 20 metros que ya había descendido en la ladera, esta vez haciendo una especie de escalada  con el parapente. Sin hacer ningún movimiento extraño y ya a punto de aterrizar la burbuja de aire lo desprendió en una caída totalmente vertical como de 4 metros hasta llegar al suelo estrepitosamente. Corrí a ver qué había pasado. No fue nada grave pero si sirvió para darnos cuenta de cómo ha cambiado la condición general de vuelo en ese lugar. Nos fuimos a la habitación a dormir un rato mientras llegaban los demás parapentistas. Las condiciones estaban suficientemente raras como para no querer volar ese día. Hubo más de una plegada en los parapentes e incluso había un piloto que abortó más de 5 aterrizajes porque no podía llegarle al aterrizadero. Si a eso le sumamos la tensa situación de la gente atravesada y regada por todas partes diría que estaba todo como crítico. 
Emprendimos el retorno, no sin antes hacer las compras de rutina,lo típico; galletas, suspiros, mermeladas y fresas, tanto para la nuestra casa como para las mamás. Terminamos la jornada con un buen sushi y después a descansar a casita. Seguro volveremos pero con menos congestión que en días de asueto. Más fotos aquí




martes, 24 de enero de 2012

REYES MAGOS VOLADORES


Cuenta la leyenda que Papa Dios, como muestra de adoración a su hijo recién nacido envió a tres Reyes Magos para entregarle ofrendas: el oro, la mirra y el  incienso fueron los que se hicieron presentes. De eso no sabemos mucho, pero la tradición, con el paso del tiempo se fue afianzando. Hoy, en muchos países, el dia de Reyes es incluso más importante que la Navidad o el Año Nuevo. Pero aquí en Venezuela ese día se acostumbra para dar caramelos y todo tipo de dulces a los más pequeños, siempre que se hayan portado bien.
Con el paso del tiempo, estas costumbres van perdiendo vigencia, sobre todo en un mundo tan globalizado y convulsionado como el que tenemos hoy. Es por eso que intentamos mantener vivas estas tradiciones, incluso dándole un matiz nuevo. Cómo? muy simple, haciendo lo que más nos gusta hacer. Volar.
Esta vez no hay botas colgadas, ni regalos debajo de la almohada, ni caminatas, ni caballos, tampoco camellos, batolas o coronas. Aquí lo que hay son tres paramotores, o más? que van por los cielos con sus mini paracaidas  llenos de dulces, que gracias a un amigo que donó toda la chuchería posible, pudieron tener un aterrizaje feliz.
El año pasado tuvimos nuestra primera experiencia organizando esta actividad, donde Hiram Pérez y Antonio  Aparicio, se unieron a René Kreft de la Fundación Expedición Eólica para atravesar el litoral barloventeño. Para ser sincera y después de todos los chascos que nos llevamos con las instituciones públicas que ofrecieron su ayuda y que terminaron dejándonos a la deriva dos días antes del evento, decidimos que esta vez nosotros llevariamos la rienda de todo, sin esperar a que ninguna dependencia pública intentara hacernos creer que nos ayudaría. Ya contamos con la ayuda de la comunidad de Tacarigua de la Laguna y eso es suficiente.
Por suerte, siempre hay amigos que están dispuestos a echarnos una mano. René y yo llegamos justo a mediodía al lugar de vuelo. Ya estaban Hiram (quien nos acompañó el año pasado) y José Manuel , dos amigos paramotoristas que se ofrecieron a volar con nosotros. A los pocos minutos llegó Tomy de Autana Aventura , quien decidió unirse también a esta fiesta. Ya no eran tres, sino cuatro paramotores. Pues, mejor! de seguros estos muchachitos lo agradecerían. También, para echar una mano en tierra llegó Kaipo de Ecoarcangel . Los pilotos estuvieron un buen rato concentrados, cada quien hacía los ajustes en sus motores, probando que todo funcionara bien. Despegaron uno a uno, más emocionados que los niñitos que allí estaban, a volar. El día estaba perfecto. Despejado. Con un cielo azul intenso, sin una nube y con la brisa marina soplando con la intensidad necesaria para estar en el aire toda la tarde.
Después de un rato de matar fiebre, aterrizaron, se montaron las bolsas de caramelos y salieron a desplegarse por toda la costa de la Laguna de Tacarigua. Mientras tanto yo estaba en tierra, viendo carreras de niños y grandes de un lado para otro, persiguiendo la estela de los Reyes Magos que iban soltando paracaidas, hechos con bolsas oxobiodegradables a los múltiples grupos que se aglomeraban por la arena. Claro que hubo papás que corrían por los más chiquitos y que se alzaron con más de una bolsa.
Así transcurrió la tarde y y ya con la puesta del sol cesaron las bolsitas voladoras, pero los pilotos seguían en el aire. Había luna llena y aprovecharon al máximo para andar por las alturas. Hubo que asistirlos con las luces de los carros para que aterrizaran en la pista improvisada porque a pesar de la noche clara, la luna no daba para tanto. Mientras tanto yo aprovechaba para jugar a tomar fotos con la luz que se reflejaba en el mar.

Nos despedimos luego de una cena llena de camarones, tostones y pescado mientras escuchabamos los cuentos de todos quienes estuvimos allí. Regresamos felices a casa, no sólo por el vuelo sino por la emoción de haber compartido una vez más con los niños de las comunidades que visitamos. Esperaremos hasta el próximo año y ojalá sean más los amigos que se unan a esta fiesta de caramelos que llueven desde el cielo! 
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