Después
de dormir plácidamente luego de una noche estrellada y despertar con un día
claro, nos dimos cuenta que los pemones no iban a llegar. David tenía que ir a
Santa Elena y Gero lo acompañaría, así que después de un breve paseo a ver las
cortinas de Yuruaní decidimos que René y yo nos quedaríamos a cuidar el
campamento. Yo insistí un poco más y fuí nuevamente a Kumarakapay pero la gente
de allí no había visto a nuestro contacto. Ya en la tarde René y yo emprendimos
una caminata al mirador de Yuruaní, que nos quedaba justo en la montaña de
atrás. Así nos movíamos un poquito y de paso teníamos el Campamento a la vista.
Hicimos algunas fotos y nos sentamos a conversar con el paisaje de fondo.
Nuestros compañeros llegaron ya entrada la noche, nosotros suponíamos que
estaban haciendo relaciones sociales en Santa Elena pero habían estado
retenidos en San Ignacio por más de dos horas porque y que faltaba un papel del
carro que milagrosamente apareció y no tuvieron más remedio que dejarlos
ir. Hubo cena calmada, descarga de fotos y contemplación de estrellas.
Amanecí después
de un sueño profundo gracias a par de antialérgicos, para darme cuenta que René
y Gero se habían ido a remar, esta vez con un río apacible, llano y claro. Nada
de corrientes fuertes, turbulentas y revueltas. René, en un intento por
entender a la naturaleza optó por meterse con calma por los rápidos donde casi
quedó su pie atrapado hacía dos días atrás. Esta vez le llegó de manera
calmada, entendiendo el fluir del agua. Claro, eso me lo explicaría en
la segunda tanda de la remada que hiciéramos juntos ese mismo día. Yo disfruté
el espectáculo con un río lento, llano, manso, como quien se queda dormido
después de una rabieta. Sólo un par de rápidos pasamos y yo gocé un montón, de
hecho volví a pasar por el primero intentando tener un choque de adrenalina
después de una tranquila remada por el Soroape. El último lo pasé de
espalda porque no me dio tiempo de enderezar el kayak y sentí que las piedras
me dejarían atrapada si intentaba enderezar, así que me dejé llevar y
sentí cómo la corriente me empujaba sin tanto tumbo a nuestro lugar de
destino. Más tarde me dió por pensar nimiedades, como que si la naturaleza se presenta ante la gente tal y como es cada quien. René y David son dos torbellinos de ideas, no paran, no descansan, siempre están en constante movimiento y al más mínimo intento de parar se aburren. Gero y yo somo más que relajados, podemos pasar una tarde leyendo y una noche viendo estrellas en el cielo. Así que por esas tonterías de la vida pensé que el río se manifestaba tal y como eramos. Tonterías que piensa uno entre tanta paz.
Esa misma tarde recogimos campamento, ya
que en nuestro empeño por dejar los donativos a niños y jóvenes pemones, aceptamos
una invitación de última hora a la comunidad de Kinonbón Barú, en la vía a El Paují, así que teníamos la excusa perfecta para hacer algo. Esa noche
harían una presentación con bailes típicos los niños de la escuela del lugar.
Después de una tormenta que se acercaba nos despedimos de nuestro hogar de
varios días para rodar hasta Santa Elena, llamamos a nuestro anfitrión, otro
pemón, que nos esperaba para ir a la comunidad indígena. Cenamos pastas y
pizzas en el Restaurant Alfredo del pueblo y comenzó el periplo de buscar
posada porque todavía no sabíamos a ciencia cierta cuál era el plan con la
invitación improvisada. Nos recomendaron un hotel en el centro del cual huimos
despavoridos. Las habitaciones disponibles eran de paredes desconchadas,
puertas carcomidas, unas camas, que sin llegar a sentarnos parecían chinchorros
y cables colgando en el techo como prueba de una instalación eléctrica improvisada.
Amén del olor a hierba que se respiraba en el estacionamiento, donde al
menos tres hombres conversaban en perfecto portugués. Mi desánimo era evidente. Buscamos otro
hotel, pero el precio era extravagante, y pensamos en pagarlo pero no tenía
jacuzzi; ni siquiera bañera. No valía la pena.
Fuimos a otra posada, esta vez atravesando una casas no muy bonitas, y pensamos que íbamos directo a un lugar igual de malo o peor que el anterior, pero al llegar al final de la larga calle vimos una
entrada agradable, un corredor con un piso hecho con esmero, un
lobby acogedor, la entrada de cada habitación tenía un color distinto y llamativo,
en cada puerta había una figura alusiva al nombre de cada cuarto y los perros
del lugar estaban pulcros y con pelaje brillante y sano, además de educados. Nos gustó, así que si
había habitación allí nos quedábamos. Una cuádruple era la opción. Cada quien aseguró su cama
y salimos con el amigo pemón a la comunidad. Rodamos como 25 minutos y al llegar nos
recibió el capitán, junto a una valla socialista inmensa. Entramos a un lugar
que pecaba de silencioso y el amigo pemón nos dice que la actividad fue
pospuesta para mañana en la mañana porque los niños se habían ido a dormir y
las maestras habían reorganizado la actividad. La cara de frustración era
anormal. Ya por consenso, hacía un rato, se decidió que al día siguiente regresábamos a Puerto Ordaz. Lanzamos un globo de los deseos para no dejar y mientras regresábamos no dejamos de comentar historias como que el gran macizo había sido tragado por un incendio voraz producto de
un pequeño globo. Nos despedimos, dejando claro que volveríamos en otra ocasión
porque ya mañana al amanecer arrancábamos a Puerto Ordaz.
Salimos frustrados con los donativos a cuesta. Dormimos profundo y al amanecer ordenamos todo para ir a Jaspe a hacer fotos y para aliviar la frustración se me ocurrió dejarle toda la ropa que había llevado a mis amiguitos pemones. Hicimos parada en San Francisco y buscamos a las tres niñas y sus hermanitos. Le dejamos toda la ropa y hasta una botas nuevecitas como para subir al Roraima. Salimos aliviados, pensando que al menos la cosa no resultó tan chueca. Se me hizo rapidísimo el recorrido hasta la Sierra de Lema y es que atravesar la Sabana siempre te deja con ganas de más. Ya después de allí se me torna aburrido, así que esperaré a repetir la experiencia, esta vez con menos pretensiones. Total, nunca sabemos cuándo y cómo vamos a volver. Hasta pronto Gran Sabana, nos vemos a la vuelta!
Salimos frustrados con los donativos a cuesta. Dormimos profundo y al amanecer ordenamos todo para ir a Jaspe a hacer fotos y para aliviar la frustración se me ocurrió dejarle toda la ropa que había llevado a mis amiguitos pemones. Hicimos parada en San Francisco y buscamos a las tres niñas y sus hermanitos. Le dejamos toda la ropa y hasta una botas nuevecitas como para subir al Roraima. Salimos aliviados, pensando que al menos la cosa no resultó tan chueca. Se me hizo rapidísimo el recorrido hasta la Sierra de Lema y es que atravesar la Sabana siempre te deja con ganas de más. Ya después de allí se me torna aburrido, así que esperaré a repetir la experiencia, esta vez con menos pretensiones. Total, nunca sabemos cuándo y cómo vamos a volver. Hasta pronto Gran Sabana, nos vemos a la vuelta!
Para ver todas las fotos entra por aquí Remando en la Gran Sabana.
Foto: René Kreft |
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